El día que Luis Miguel perdió la voz
Juan Carlos
Rueda
Yo soy mexicano.
Luis Miguel
El día que el
hombre pisó la Luna, la amigdalitis de Tarzán, el asesinato de Kennedy, la
traición de Rita Hayworth, la cancelación del programa de televisión de La
Comay: pellizco de ñoco todos. Porque estábamos segurísimos de que nunca
olvidaríamos dónde pisábamos, qué hacíamos, cómo estábamos vestidos, qué
habíamos comido el día que nos enteramos de aquella tragedia infinita. El
apocalipsis y sus siete jinetes, la hecatombe griega, Troya revisited,
el acabóse y la tángana final, el despelote del inquebrantable orden cósmico:
Luis Miguel Gallego
Basteri (el divo) o Luismi (para todos los que lo conocemos
y queremos) había perdido la voz permanentemente. La Mariah Carey atrapada
en el túnel siniestro de una depresión clínica; de loquero la Mariah. Sedada y
en camisa de fuerza. México era el llano en llamas. Latinoamérica sumida en la
anarquía más inverosímil. Hombres y mujeres tirándose a las calles con las
fotos y pósters del dios. Las fans llorando desconsoladamente.
Suicidios y huelgas de hambre a millón. Las multitudes prendiendo en fuego los
cañaverales y volteando automóviles, rodeando los edificios y palacios de
gobierno y reclamando de sus respectivas autoridades una acción inmediata (o
una mentira piadosa que los tranquilizara).
En Puerto Rico
la causa de Luismi logró aglutinar a los sectores musicales más lejanos. El
país se detuvo. Y no era para menos. Era fundamental cooperar con esta frívola
y noble causa y ¡arriba corazones! Miles faltamos a nuestros trabajos y marchamos
por el Expreso Las Américas -o Luis A.
Ferré, para variar- en solidaridad apasionada con el
astro puertomejirricano con
ciudadanía americana. Grupos representativos de los distintos fanclubs se nos unieron: las chicas y
chicos neurasténicos, adoradores de la Shakira o la Gloria Trevi, las locas de
la vida (fans perdidísimos de Alejandro Sanz, Miguel Bosé, Ricky Martin), las
quinceañeras que vitorean y suspiran suspiritos calientes por el Chayanne o el
Luis Fonsi, los raperos y reguetoneros urbanos, subterráneos y cacos, los
sinfónicos cultos que tocan a Mozart y Bach en tempo impetuoso, las doñitas
amas de casa de Puerto Nuevo y las secretarias de oficinas de gobierno,
seguidoras incondicionales de Marco Antonio Muñiz, Chucho Avellanet o José
José, los universitarios e intelectuales, amantes de Facundo Cabral, Alberto
Cortez y Pablo Milanés: todos caminamos debajo de un sol corrosivamente tropical,
animados por diversas consignas y cartelones. Esto no es vida sin Luismi.
Luismi, tranquilo, Puerto Rico entero está contigo. En la vida hay cantantes
que nunca pueden olvidarse. Queremos tanto a Glenda. Cambiamos a dos Cristian
Castro por un Luis Miguel. Pero todo fue inútil. Con una faringitis cáustica
e incurable nos habíamos tropezado.
Y así,
despedazados, muertos por dentro, angustiadísimos, sin deseos de vivir, preguntándonos
en voz alta quién nos endilgaría en adelante -con ese
vozarrón de usted y tenga, de macho cabrío ¿mexicano?- esos boleros
reciclados que tanto nos hacían soñar con un sueño imposible, marchamos desde
la Avenida Piñero por todo el expreso para bajar por la Roosevelt Avenue hasta
el estacionamiento del parque Hiram Bithorn. Y así terminó la manifestación de
solidaridad con nuestro ídolo: en un tremendo parisón, fiestón, vacilón. Una
súper tarima y siete orquestas de merengue y salsa de la gorda. De la clásica.
Pa que bailara el bailador. (Todo transmitido en vivo por Puerto Rico TV, los tan culturales canales 6 y 3.) Y, por supuesto,
muchos vendedores ambulantes hicieron también su agosto con los pósters de
Luismi, sus cidís, su línea exclusiva de ropa interior (pirateada). Y las
muchas banderitas de Puerto Rico que se vendieron ese día ondeaban por todas
partes. Y un avión sobrevolaba con una gigantesca pancarta que leía: LUISMI ES
PUERTORRO, PA QUE TÚ LO SEPAS. Los kioskos con cervecita fría, empanadillas,
alcapurrias, pinchos, bacalaítos y rellenos de papa tampoco se hicieron
esperar. Con la popculture puertorriqueña
en todo su esplendor nos habíamos topado. Entonces comenzó el rumbón. Yo saqué
a bailar -sin conocerla, por supuesto, así es
aquí, y si no te gusta, vete- a una
violinista de la Orquesta Sinfónica con la que me había entusiasmado. A mitad
de Hay que buscar la forma de ser siempre diferente, cortesía de Richie
Ray y Bobby Cruz, directamente de Miami, con su inigualable sonido bestiarrr,
le grité yo a la violinista en cuestión mientras sacudíamos lo que la madre
natura nos dio:
-¡Qué pena lo de Luis Miguel, ¿verdad?!
-¡¿Quién...?! -me respondió
ella.
-¡Nada. Olvídalo. Oye, tú
te mueves
bien... ¿Qué vas a hacer el viernes?!
Esperemos en
ese Gran Poder de Dios que no se ponga gordo y pierda también la figura. Para
que el mundo (y Puerto Rico) tengan paz. Pobre Luismi; tan lindo que cantaba...