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miércoles, 6 de junio de 2018

Cuento: El día que Luis Miguel perdió la voz


El día que Luis Miguel perdió la voz

Juan Carlos Rueda

Yo soy mexicano.
Luis Miguel

El día que el hombre pisó la Luna, la amigdalitis de Tarzán, el asesinato de Kennedy, la traición de Rita Hayworth, la cancelación del programa de televisión de La Comay: pellizco de ñoco todos. Porque estábamos segurísimos de que nunca olvidaríamos dónde pisábamos, qué hacíamos, cómo estábamos vestidos, qué habíamos comido el día que nos enteramos de aquella tragedia infinita. El apocalipsis y sus siete jinetes, la hecatombe griega, Troya revisited, el acabóse y la tángana final, el despelote del inquebrantable orden cósmico: Luis Miguel Gallego Basteri (el divo) o Luismi (para todos los que lo conocemos y queremos) había perdido la voz permanentemente. La Mariah Carey atrapada en el túnel siniestro de una depresión clínica; de loquero la Mariah. Sedada y en camisa de fuerza. México era el llano en llamas. Latinoamérica sumida en la anarquía más inverosímil. Hombres y mujeres tirándose a las calles con las fotos y pósters del dios. Las fans llorando desconsoladamente. Suicidios y huelgas de hambre a millón. Las multitudes prendiendo en fuego los cañaverales y volteando automóviles, rodeando los edificios y palacios de gobierno y reclamando de sus respectivas autoridades una acción inmediata (o una mentira piadosa que los tranquilizara).
En Puerto Rico la causa de Luismi logró aglutinar a los sectores musicales más lejanos. El país se detuvo. Y no era para menos. Era fundamental cooperar con esta frívola y noble causa y ¡arriba corazones! Miles faltamos a nuestros trabajos y marchamos por el Expreso Las Américas -o Luis A. Ferré, para variar- en solidaridad apasionada con el astro puertomejirricano con ciudadanía americana. Grupos representativos de los distintos fanclubs se nos unieron: las chicas y chicos neurasténicos, adoradores de la Shakira o la Gloria Trevi, las locas de la vida (fans perdidísimos de Alejandro Sanz, Miguel Bosé, Ricky Martin), las quinceañeras que vitorean y suspiran suspiritos calientes por el Chayanne o el Luis Fonsi, los raperos y reguetoneros urbanos, subterráneos y cacos, los sinfónicos cultos que tocan a Mozart y Bach en tempo impetuoso, las doñitas amas de casa de Puerto Nuevo y las secretarias de oficinas de gobierno, seguidoras incondicionales de Marco Antonio Muñiz, Chucho Avellanet o José José, los universitarios e intelectuales, amantes de Facundo Cabral, Alberto Cortez y Pablo Milanés: todos caminamos debajo de un sol corrosivamente tropical, animados por diversas consignas y cartelones. Esto no es vida sin Luismi. Luismi, tranquilo, Puerto Rico entero está contigo. En la vida hay cantantes que nunca pueden olvidarse. Queremos tanto a Glenda. Cambiamos a dos Cristian Castro por un Luis Miguel. Pero todo fue inútil. Con una faringitis cáustica e incurable nos habíamos tropezado.
Y así, despedazados, muertos por dentro, angustiadísimos, sin deseos de vivir, preguntándonos en voz alta quién nos endilgaría en adelante -con ese vozarrón de usted y tenga, de macho cabrío ¿mexicano?- esos boleros reciclados que tanto nos hacían soñar con un sueño imposible, marchamos desde la Avenida Piñero por todo el expreso para bajar por la Roosevelt Avenue hasta el estacionamiento del parque Hiram Bithorn. Y así terminó la manifestación de solidaridad con nuestro ídolo: en un tremendo parisón, fiestón, vacilón. Una súper tarima y siete orquestas de merengue y salsa de la gorda. De la clásica. Pa que bailara el bailador. (Todo transmitido en vivo por Puerto Rico TV, los tan culturales canales 6 y 3.) Y, por supuesto, muchos vendedores ambulantes hicieron también su agosto con los pósters de Luismi, sus cidís, su línea exclusiva de ropa interior (pirateada). Y las muchas banderitas de Puerto Rico que se vendieron ese día ondeaban por todas partes. Y un avión sobrevolaba con una gigantesca pancarta que leía: LUISMI ES PUERTORRO, PA QUE TÚ LO SEPAS. Los kioskos con cervecita fría, empanadillas, alcapurrias, pinchos, bacalaítos y rellenos de papa tampoco se hicieron esperar. Con la popculture puertorriqueña en todo su esplendor nos habíamos topado. Entonces comenzó el rumbón. Yo saqué a bailar -sin conocerla, por supuesto, así es aquí, y si no te gusta, vete- a una violinista de la Orquesta Sinfónica con la que me había entusiasmado. A mitad de Hay que buscar la forma de ser siempre diferente, cortesía de Richie Ray y Bobby Cruz, directamente de Miami, con su inigualable sonido bestiarrr, le grité yo a la violinista en cuestión mientras sacudíamos lo que la madre natura nos dio:
-¡Qué pena lo de Luis Miguel, ¿verdad?!
-¡¿Quién...?! -me respondió ella.
-¡Nada.  Olvídalo.  Oye,   te  mueves
bien... ¿Qué vas a hacer el viernes?!

Esperemos en ese Gran Poder de Dios que no se ponga gordo y pierda también la figura. Para que el mundo (y Puerto Rico) tengan paz. Pobre Luismi; tan lindo que cantaba...



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