Llora un niño en el armario
Juan Carlos Rueda
Cuando se cansó de los perros y de mirar alucinada a los niños de la
plaza, salió decidida a buscar a su hijo. Lo encontraría a como diera lugar. En
el supermercado, en la farmacia, en una esquina del descuido de cualquier madre
distraída. En las tardes, a las tres en punto, salía esperanzada a hacer su
ronda permanente. Hasta que un día -solo Dios sabe aún cómo- llegó a su casa, sudada y temblorosa, con el
niño en brazos. Lo colocó amorosamente sobre la cama y lo observó sin prisa. Lo
arropó de besos porque lloraba. Luego, sonriendo, lo puso dentro de una caja
que metió en el armario para que ya nadie se lo quitara.
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