La prestamista
de esperanza
José Luis Sierra
a Mamá
Petra
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Las habichuelas de abuela Isabela merecen hacer
cualquier sacrificio, le quedan como a nadie; son espesas, con mucho sabor a
recao fresco, piensa Sebastián y acelera el paso. Es un chico de escuela
superior, despierto e inteligente. Durante las vacaciones de navidad y verano,
pernocta en casa de su abuela ayudándola con algunas de las tareas. Es una
vieja casa de Río Piedras donde predominan los colores rosados y plateados y los
impresos de flores; un lugar con suficientes escondites y cuartos para alejarse
del bullicio de los primos y hermanos.
Muchos años antes, la abuela Isabela había criado a 7
criaturas en un rinconcito de Villa Palmeras,
luego de que el esposo los abandonara. Con solo un cuarto grado, vendía almuerzos
y verduras en la plaza de Río Piedras. Sebastián siempre le hace preguntas
sobre su vida y su pasado y la mujer insiste en decirle: “luego te contaré
muchas cosas”. Pero hay otros medios con los que Sebastián
hila la historia de su abuela: las postales de navidad.
Cualquier noche de diciembre, luego de la cena (y sus
maravillosas habichuelas), se sientan en el comedor donde ella ya tiene
separada en una esquina una caja de postales navideñas, sobres y sellos de
correo. La tarea de Sebastián es escribir el mensaje de cada postal de navidad.
Isabela asegura que él tiene “buena letra” y que la de ella es fea porque solo
tiene cuarto grado. La abuela repasa la libreta de direcciones y teléfonos con letras
accidentadas y grandes números, donde tiene identificados a los amigos a
quienes les enviará postales este año. Sebastián toma aquella tarea con
seriedad y escribe mensajes personalizados, aprovechando para preguntar más y
que ella le cuente quién es la persona y cómo se habían conocido.
Una de las primeras postales va dirigida a Cleo, una
antigua vecina de Villa Palmeras, conocida por todos y prestamista. Según
cuenta la abuela, Doña Cleo prestaba una cantidad y hacía que las personas firmaran
un contrato. Sobre esa cantidad se le pagaba algo más, dependiendo del tiempo
que tomara devolverle el dinero. A algunas personas les resultaba
difícil saldarle y en ocasio
nes tenían que cerrar la deuda con artículos, animales, viandas o hasta
propiedades. Cuenta Isabela también que muchas personas quedaron en la calle al
no poder pagarle. Sebastián trata de recoger el espíritu de lo que ella quiere decir,
aunque esa mujer de la historia le parece un ser despreciable y la imagina malvada,
con la cara arrugada y fea y una verruga horrible en la nariz.
-¿Por qué recuerdas tanto a esa mujer Cleo? -le pregunta Sebastián.
Isabela vacila en contestar. Como buscando en sus pensamientos
la manera de no ser indiscreta.
-No era mala persona. Nunca me negó un préstamo.
Recuerda que yo tenía a tu mamá y a sus hermanos pequeños. A veces los nenes se
enfermaban. Yo mandaba a tu tío, el mayor, y le decía: Dile a Cleo que me
preste para comprar medicinas o leche o compra. Y ella me enviaba el dinero con
el nene. Recuerda que en esa época uno no tenía mucho. Cuando yo recibía algún
dinero del trabajo de la plaza, pues le abonaba poco a poco hasta que le
saldaba. Ella tenía una libreta donde apuntaba lo que le abonabas y yo, como no
sabía leer mucho, pues confiaba en ella. Así pude criar a mis hijos y darles de
comer. Para esa época no había más na. Hoy
es distinto. Hoy la gente tiene mucho y no saben apreciarlo…
Sebastián no dice nada. Selecciona del paquete la
postal con los Tres Reyes Magos ofreciéndole regalos al Niño y escribe: Cleo: Al igual que tú, los Reyes Magos nos trajeron
dones. Siempre te agradeceré que me prestaras
esperanza a mí y a mis hijos. ¡Feliz Navidad! Siempre en deuda, Isabela.
Procede a leérsela. La mujer asiente con entusiasmo y
coloca la postal en el sobre y lo sella con saliva.
Sebastián suspira, como satisfecho por una gran tarea
que se completa.
2
En ese mismo momento, una mujer de Ponce escribe en mundoanuncio.com.pr:
Saludos, estoy
buscando ayuda. Me quedé sin empleo y solicito la ayuda de algún prestamista
(necesito $1,600 o lo que se pueda) que tal vez esa cantidad no sea un problema,
pero para mí es todo. En este momento no tengo garantías, puedo pagar poco a
poco o con trabajo ya que soy muy trabajadora y responsable y sé hacer muchas cosas. No lla
me para vacilar, por favor. Soy de Ponce
y en verdad lo necesito. Si hay alguien que me pueda ayudar, lo agradeceré
mucho. Favor de comunicarse al email o llamarme al 787 . Por favor, ayúdeme alguien. Gracias.
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