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miércoles, 6 de junio de 2018

Cuento: El hombre que discutía con dios


El hombre que discutía con dios


Juan Carlos Rueda


          Primero murió su hija en un accidente automovilístico. A los pocos meses, su esposa también murió, víctima de un cáncer de mama. Finalmente, su hijo menor se entregó por completo al vicio de la droga. Todo en menos de dos años. Todo tan de repente. Y el pobre hombre no pudo asimilar tantos golpes como del odio de dios. Fue como si el creador se hubiese puesto de acuerdo con un ser maléfico y despiadado para probar su fe. Tantas desgracias juntas y el hombre perdió la cabeza. Cayó en una profunda depresión de la que nunca pudo librarse. Y, ministro doctorado en teología y profesor de seminario como era, un bendito día maldijo a dios y se murió. Bueno, más bien, se hundió en un estado de locura y desesperanza, que es casi lo mismo. Y para completar el cuadro trágico, ya a su edad no tenía familia ni alguien que lo cuidara, por lo que terminó solo, deambulando por las calles.
Hoy se me ha acercado en la plaza para pedirme un cigarrillo. Es un individuo como de sesenta y tantos años. Con una barba descuidada  y  larga  y  un  pelo  canoso que hace
tiempo que no ve agua y jabón. Huele a juicio, a castigo divino. Le acompaña un perro sato y realengo que encontró en algún lugar. El perrito es tan fiel que lo sigue a todas partes y lo vigila pacientemente mientras él se mueve y camina inquieto de un lugar a otro de la plaza que ambos frecuentamos. Cuando el hombre se molesta, agita violentamente los brazos y levanta desafiante el puño mientras grita improperios en un lenguaje que sólo dios y él conocen, mirando hacia el cielo con rencor. Es un gran enigma. Este señor siempre me conmueve y me hace pensar mucho.
          Un día alguien se quejó de que el perro estaba flaco porque el viejo no lo alimentaba.  No sé si era cierto del todo. Varias veces yo mismo le di de comer al animalito. De todas formas, la Sociedad Protectora de Animales se lo quitó. Se llevaron al can y el hombre no lo volvió a ver más. Entonces perdió lo último que le quedaba.
           Dicen que era una tarde nublada, de mucho viento. Y que caían unos rayos y truenos contundentes y llovía sin piedad. La plaza estaba vacía, solitaria. Al atardecer lo encontraron muerto. Tendido bocabajo. Sus únicas pertenencias: un collar de perro y una Biblia. Adentro, una foto mía, de mi madre y  de  mi  hermana,  muy  sonreídos  en  una  le
jana navidad feliz.
          Alguien dijo que vio cuando un rayo le cayó en la cabeza.

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