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miércoles, 6 de junio de 2018

Cuento: La noche no es amiga de los viejos


La noche no es amiga de los viejos

José Luis Sierra

a la memoria de Mamá

Parecería que el fantasma de los dolores visita durante la noche, anuda los brazos y entumece la espalda, pensó. Los vecinos no se han levantado aún, por lo menos tengo un rato de paz. Una vez caliente el día, el cuerpo no dolerá tanto.
Con dificultad se preparó unas galletas export sodas con mantequilla y café. Le gustaba verter repetidamente el café de un envase a otro. Hacía cierta espuma. Así me enseñó mi hermana que me crió en el campo. El café no solo sabe más fresco sino que forma una espuma que resalta su sabor, decía ella. Se sentó en su sillón a desayunar. Debía tener cuidado de no echarse el café encima. Este maldito temblor de las manos no sé cuándo apareció.
Entre  un  sorbo  y  otro,  recordó el día en que su hija Margarita lo llevó a su casa y le presentó por primera vez a su nuevo esposo. Vagamente recordaba datos. Pero aquel incidente -nunca se lo comentó a nadie- lo recordaba bien. El marido de Margarita  era un hombre alto, bien parecido.Pero con cara de vago. Sorbió más café espumoso. Apenas recordaba su nombre, solo lo había visto una o dos veces. Aquella tarde, luego de un rato de conversación forzada y de hablarle de cómo se habían conocido y cuánto se querían, Margarita se retiró a la cocina y los dejó solos. Fue cuando aquel hombre horrible le disparó con una mezcla de naturalidad y sarcasmo: “Oiga viejo, usted se ve medio jodío…” La pólvora dio directamente en su pecho. Quedó lastimado, herido, atontado. El individuo era una bestia, indudablemente. Al regresar Margarita de la cocina, la bestia se retiró con alguna excusa. Fue cuando ella le preguntó: “¿Qué te pareció Juan, papá?”. (Le había puesto Juan en el  pensamiento porque había olvidado el nombre.) Él le preguntó entonces a su hija: “¿Tú eres feliz con él?”. “Sí. Mucho.” “Entonces, me parece muy buen hombre”, le dijo, asintiendo con la cabeza y mirando fijamente al horizonte.
Una vez terminado el desayuno, abrió con dificultad los diversos frascos de las medicinas que tomaba todas las mañanas. Estos potes están hechos para que no los abran los niños, pero tampoco los adultos. Se percató de la falta de uno de sus medicamentos. Era el que  no  podía  olvidar comprar la próxima semana cuando le llegara el seguro social. Salió afuera y se sentó en su sillón, cerca del patio contiguo. Los vecinos ya estaban hablando...
Era una pareja relativamente joven. En este mundo todo parece joven menos yo. Solían discutir de política. Él era conservador. El típico macho. Ella, mucho más liberal. Al viejo le simpatizaban más las posturas de la mujer. El hombre trabajaba de noche y dormía de día, mientras ella hacía las cosas de la casa. Pero a menudo, al levantarse él, discutían las noticias recientes o los asuntos de política.
Mientras escuchaba a sus vecinos, se quedó dormido. Solía quedarse dormido en los silencios que hacían los alborotosos esos. Cuando despertó, ya se le había pasado la hora de almuerzo. No tenía muchas fuerzas, por lo que se hizo un sándwich sin queso. No había queso. Debía comprar algunas cositas, pero lo haría cuando el muchacho del programa social viniera a hacerle el favor de ayudarlo con la compra. Como todos los meses. Él era muy bueno. Pero todavía faltaba una semana para que viniera. No importa. Nadie se muere por falta de queso o leche o pan...
Los vecinos retomaron la plática. El hombre insistía en lo bueno que era el gobernador   porque  hacía  todo  lo  posible  por de tener el crimen y darles beneficios a las iglesias. Ella decía que las iglesias no necesitaban más beneficios del gobierno porque ya tenían suficientes, como el no rendir contribuciones. Además había pastores muy acomodados. Mencionaba a una tal Wanda Rolex, que el viejo no reconocía pero que parecía ser una pastora muy rica. Decía que tenía un auto Mercedes y todo. El marido insistía en que el futuro del mundo estaba en las iglesias y en los valores. Ella decía que Puerto Rico era uno de los países con más iglesias y policías en el mundo y mira cómo estamos, mijo. El marido se ponía furibundo. Ella parecía tener respuesta para todo y el viejo estaba de acuerdo con sus opiniones. Se emocionaba como si le apostara y mantenía la esperanza de que la mujer no flaqueara en su deseo de desarmar al marido con sus argumentos. 
Antes de un prolongado silencio, el hombre insistió en que el país mejoraría porque el gobernador había graduado nuevos policías. A lo que ella ripostó: “Será para darnos más tickets en la carretera, porque salvarnos del  crimen no creo que puedan”. El viejo imaginaba la cara del tipo, desacertado y frustrado por los comentarios de ella. Esa imagen le hacía sonreír.
Luego de pasar un mapo con mucha dificultad, se fue a ver televisión hasta la hora de dormir. No había podido darse un baño. Era la época en que la oscuridad del día llegaba pronto y le asustaba el caerse en el baño. Esa ducha resbalosa... No importa. Se bañaría mañana. Recostado en la cama pensó que mañana habría más noticias que de seguro comentarían los vecinos, alteradores de la paz. Tan duro que hablan… Recordó a su hija. Recordó hacer sus oraciones. Recordó que la noche no es amiga de los viejos. Pero se entregó a ella.

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