La noche no es amiga de los viejos
José Luis Sierra
a la
memoria de Mamá
Parecería que el fantasma de los dolores visita
durante la noche, anuda los brazos y entumece la espalda, pensó. Los vecinos no se han levantado aún, por lo
menos tengo un rato de paz. Una vez caliente el día, el cuerpo no dolerá tanto.
Con dificultad se preparó unas galletas export sodas con mantequilla y café. Le
gustaba verter repetidamente el café de un envase a otro. Hacía cierta espuma. Así me enseñó mi hermana que me crió en el
campo. El café no solo sabe más
fresco sino que forma una espuma que resalta su sabor, decía ella. Se sentó
en su sillón a desayunar. Debía tener cuidado de no echarse el café encima. Este maldito temblor de las manos no sé
cuándo apareció.
Entre un sorbo
y otro, recordó el día en que su hija Margarita lo
llevó a su casa y le presentó por primera vez a su nuevo esposo. Vagamente
recordaba datos. Pero aquel incidente -nunca se lo comentó a nadie- lo recordaba bien. El marido de Margarita era un hombre alto, bien parecido.Pero con cara de vago. Sorbió más café espumoso. Apenas recordaba su
nombre, solo lo había visto una o dos veces. Aquella tarde, luego de un rato de
conversación forzada y de hablarle de cómo se habían conocido y cuánto se
querían, Margarita se retiró a la cocina y los dejó solos. Fue cuando aquel
hombre horrible le disparó con una mezcla de naturalidad y sarcasmo: “Oiga
viejo, usted se ve medio jodío…” La pólvora dio directamente en su pecho. Quedó
lastimado, herido, atontado. El individuo era una bestia, indudablemente. Al
regresar Margarita de la cocina, la bestia se retiró con alguna excusa. Fue
cuando ella le preguntó: “¿Qué te pareció Juan, papá?”. (Le había puesto Juan
en el pensamiento porque había olvidado
el nombre.) Él le preguntó entonces a su hija: “¿Tú eres feliz con él?”. “Sí.
Mucho.” “Entonces, me parece muy buen hombre”, le dijo, asintiendo con la
cabeza y mirando fijamente al horizonte.
Una vez terminado el desayuno, abrió con dificultad
los diversos frascos de las medicinas que tomaba todas las mañanas. Estos potes están hechos para que no los
abran los niños, pero tampoco los adultos. Se percató de la falta de uno de
sus medicamentos. Era el que no podía olvidar
comprar la próxima semana cuando le llegara el seguro social. Salió afuera y se sentó en su
sillón, cerca del patio contiguo. Los vecinos ya estaban hablando...
Era una pareja relativamente joven. En este mundo todo parece joven menos yo.
Solían discutir de política. Él era conservador. El típico macho. Ella, mucho
más liberal. Al viejo le simpatizaban más las posturas de la mujer. El hombre
trabajaba de noche y dormía de día, mientras ella hacía las cosas de la casa.
Pero a menudo, al levantarse él, discutían las noticias recientes o los asuntos
de política.
Mientras escuchaba a sus vecinos, se quedó dormido.
Solía quedarse dormido en los silencios que hacían los alborotosos esos. Cuando despertó, ya se le había pasado la
hora de almuerzo. No tenía muchas fuerzas, por lo que se hizo un sándwich sin
queso. No había queso. Debía comprar algunas cositas, pero lo haría cuando el
muchacho del programa social viniera a hacerle el favor de ayudarlo con la
compra. Como todos los meses. Él era muy bueno. Pero todavía faltaba una semana
para que viniera. No importa. Nadie se
muere por falta de queso o leche o pan...
Los vecinos retomaron la plática. El hombre insistía
en lo bueno que era el gobernador porque hacía
todo lo posible
por de tener el crimen y darles beneficios a las iglesias. Ella decía que las
iglesias no necesitaban más beneficios del gobierno porque ya tenían suficientes,
como el no rendir contribuciones. Además había pastores muy acomodados.
Mencionaba a una tal Wanda Rolex, que
el viejo no reconocía pero que parecía ser una pastora muy rica. Decía que
tenía un auto Mercedes y todo. El marido insistía en que el futuro del mundo
estaba en las iglesias y en los valores. Ella decía que Puerto Rico era uno de
los países con más iglesias y policías en el mundo y mira cómo estamos, mijo.
El marido se ponía furibundo. Ella parecía tener respuesta para todo y el viejo
estaba de acuerdo con sus opiniones. Se emocionaba como si le apostara y
mantenía la esperanza de que la mujer no flaqueara en su deseo de desarmar al
marido con sus argumentos.
Antes de un prolongado silencio, el hombre insistió en
que el país mejoraría porque el gobernador había graduado nuevos policías. A lo
que ella ripostó: “Será para darnos más tickets
en la carretera, porque salvarnos del crimen
no creo que puedan”. El viejo imaginaba la cara del tipo, desacertado y frustrado
por los comentarios de ella. Esa imagen le hacía sonreír.
Luego de pasar un mapo con mucha dificultad, se fue a
ver televisión hasta la hora de dormir. No había podido darse un baño. Era la
época en que la oscuridad del día llegaba pronto y le asustaba el caerse en el
baño. Esa ducha resbalosa... No
importa. Se bañaría mañana. Recostado en la cama pensó que mañana habría más
noticias que de seguro comentarían los vecinos, alteradores de la paz. Tan duro que hablan… Recordó a su hija.
Recordó hacer sus oraciones. Recordó que la noche no es amiga de los viejos. Pero
se entregó a ella.
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