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miércoles, 6 de junio de 2018

Cuento: El truco de Pito


El truco de Pito


Juan Carlos Rueda
José L. Sierra

-Es que vamos de camino a la plaza, para la manifestación gay que hay hoy acá, en su pueblo... Usted está enterado de eso, ¿verdad? Pues, mire, que venimos hablando en el carro Frank y yo del alcalde ese trucutú que ustedes tienen aquí en este pueblo (que es tan homofóbico y que dice tanta estupidez que no debería) y que veo yo de momento su negocito tan bonito, con puertas de dos hojas en madera y techo de zinc, así tan folklórico, muy de campo, y que le digo yo a Frank: Frankie, papa, vamos a parar aquí en El truco de Pito, que estoy seco de la sed, para comprar dos botellitas de agua y lo seguimos para la protesta... Sí. Entonces, ¿usted es Pito?
-Así mismo. Pito Avilés. Para servirle.
-Ay, no me diga… Pues mucho gusto. Yo soy Antonio, pero me dicen Tony de cariño, sí… -dijo el chico amanerado, sonriente, estirando la mano-. Y él es mi compañero Frankie.
-Mucho gusto -masculló el dueño del negocio; un hombre de setenta y cuatro años (oloroso a tierra adentro y a senderos entre mayas arropás de cundiamores) mientras le daba la mano y asentía con la cabeza, intentando sonreír también, pero sin lograrlo.
-Oiga y ¿qué es eso del truco de Pito?
-Una bebida con pitorro que yo inventé y que vendemos aquí. A la gente le gusta mucho y vienen desde lejos a comprar.
-¿De veras? ¿Pitorro? Mmm… Pues ese pito -digo- ese truco hay que probarlo… -añadió Tony, coqueto.
-Cuando usted quiera -respondió el viejo, muy serio, mirándolo con una mirada lúgubre, altiva y penetrante.
-Pues, Frank, tendremos que regresar por ahí otro día, sí. Porque hoy no puedo beber. Con decirle, don Pito, que bebo y me pongo muy difícil. Y yo que soy tan fácil… Imagínese.
-Papa, págame estos Doritos -dijo Frankie, acercándose al mostrador e interrumpiendo la conversación.
-Ay, nene, tú siempre estás pelao. ¿Cuánto le debemos por todo?
-Tres ochenta.
-Ay, mira, Frank, hay marrayos, dulce de coco, cucas, polvorones, mantecaditos… Oiga, ¿y esa bandera americana? Qué grande… Bien folklórica, sí… Pues mire, yo regreso pronto, ¿sabe? Ay, sí. Tengo que volver -mientras pagaba-. Es que quiero probarle el truco ese… Ja, ja. No, quédese con el cambio. Pues cuídese, don Pito. Hasta lueguito… Bye-dijo Tony, caminando hasta la puerta.
El viejo volvió a ensayar una sonrisa rancia y le hizo así con la mano.
Ya repuesto de la impresión abrumadora que le dejaron sus dos primeros clientes del día, don Pito se dedicó a acomodar las latas de cerveza en la nevera, las maltas y los refrescos. En eso estaba cuando aparecieron Justo y Franco, dos vecinos del barrio y dos de sus mejores clientes:
-Avilés… ¿Qué hay? -dijo Franco al entrar.
-¡Muchacho! Dichosos los ojos.
-Don Pito -saludó también Justo, dándole la mano al viejo.
-Na. Por ahí… -siguió Franco-. Dame una fría, Avilés. ¿Tú quieres una? -le preguntó a Justo, que se limitó a asentir con la cabeza.
Los dos vecinos se sentaron frente al negocio a ver los carros pasar por aquella carretera rural.
-Hoy es el asunto ese de los maricones, ¿verdad? -preguntó Franco.
-Sí. Frente a la plaza -le contestó don Pito desde adentro.
-¿Pero y eso?
-Na. Que vienen a protestar por algo ahí que dijo el alcalde tuyo.
-Mío no. Yo no voté por él, Avilés. Yo soy de los rojos…  Oye,  y ¿qué fue lo que dijo? ¿Algo contra los patos?
-Sí. Y están endiablaos -intervino Justo-. Yo escuché el bochinche ese por radio.
-Estos políticos siempre la están cagando. Ahora se nos va a llenar esto de locas. Y en este pueblo somos cristianos -siguió Franco.
-Aquí ya vinieron dos hoy -dijo don Pito.
-¿Cuándo?
-Hace un rato. Na. Compraron algo y se fueron rápido.
-Oh. Oye, Avilés, el nieto tuyo anda en esas también, ¿verdad?
El viejo se puso furioso, pero no contestó. Buscó con la vista el machete que tenía recostado de la pared (en una esquina, detrás del mostrador) para asegurarse de que seguía allí y luego dijo por lo bajo:
-Y la mujer tuya te las pega, cabrón…
Al rato y después de varias cervezas de Justo y Franco, un hombre serio, de más de cincuenta años,  estacionó su Toyota frente al
Truco y entró al negocio. 
-Buenos días -dijo.
-Buenas -contestó don Pito.
-Qué calor, ¿verdad? Y tan temprano…
-Así mismo. ¿Qué le cobro?
-Dos Diet Cokes y cuatro botellitas de agua, sí... Para llevar. Por favor. Oiga, ¿tiene Benson?
-¿Qué?
-Benson. Cigarrillos.
-No. Marlboro, Salem, Winston.
-Pues no, no. Yo solo fumo Benson.
El viejo sonrió sin ganas.
-Bueno, gracias. Que tenga buen día -dijo el cliente después de pagar.
Los dos amigos, Justo y Franco, no podían creer lo que pasó después.
-¡Son maricones, Avilés! -gritó Franco.
-¿Que tú dices, muchacho?
-El tipo ese que acaba de salir… ¡Se montó en el carro y le dio un beso en la boca al otro viejo que andaba con él!
-¡Qué asco! -habló de nuevo Justo-. Y tan normales que se veían…
-Este mundo se tiene que acabar, Avilés. Yo te lo digo.
El hombre no dijo nada. Pero pensó de nuevo en su nieto. Hizo una mueca y continuó
acomodando la mercancía.
-Oye, no jodas con Pito que él tiene un nieto maricón también… -le susurró Justo a Franco para que el viejo no lo escuchara. Y ambos se rieron por lo bajo.
Esa tarde, después de unas cuantas visitas más (entre ellos dos transexuales, un regio fisiculturista, tres actores de teatro, un estilista temperamental, varios abogados megalómanos, dos melancólicos estudiantes de literatura, un periodista de farándula y cuatro lesbianas en mahones y tenis que andaban ensayando consignas con pleneras y güiros: voy subiendo, voy bajando; ay, no te metas conmigo y no estoy vacilando…), don   Pito  Avilés  -abrumadísimo- cerró el negocio. Contando las ganancias de la caja, el viejo pensó: Tanto tiempo que no hacía tan buen dinerito... No está mal…
Luego dijo en voz alta:
-Maricones del diablo…








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