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miércoles, 6 de junio de 2018

Cuento: ¿Qué le pasa al Pato Donald?


¿Qué le pasa al Pato Donald?
Juan Carlos Rueda
José L. Sierra

Si puedes soñarlo, puedes hacerlo; recuerda
que todo comenzó con un ratón.
Walt Disney

1

Cuando despegó de madrugada el avión de Spirit rumbo a Orlando, Francisco Javier sintió un cosquilleo repentino en el estómago: era temor. Como para relajarse, levantó sin pensarlo la tapa que cubría la ventanilla y miró hacia afuera. Nada. Solo nubarrones oscurísimos y una ligera llovizna. No se veía ni una sola estrella. Ojitos de las estrellas, de pestañitas inquietas, ¿por qué sois azules, rojos y violetas? Recordó de pronto los versos de Gabriela Mistral que había memorizado cuando niño. Suspiró y se echó hacia atrás en el asiento. Con los ojos cerrados y lo más cómodo que pudo en aquellos asientos estrechos y económicos, trató de dormir, pero se  vio de pronto en la Universidad, en uno de los cursos de actuación de Dean Zayas. Ese día les tocaba a todos representar frente al grupo una escena. Él se había decidido por el viejo solterón don Perlimplín de Lorca. Al profesor le gustó mucho su caracterización: Ya muerto, lo podrás acariciar siempre en tu cama tan lindo y peripuesto sin que tengas el temor de que deje de amarte -recordó la línea-. Él te querrá con el amor infinito de los difuntos y yo quedaré libre de esta oscura pesadilla de tu cuerpo grandioso. Tu cuerpo, Belisa... que nunca podría descifrar... Siempre le había llamado la atención el título de esa obra: Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín. Siempre le habían interesado el teatro y la actuación. Y siempre se aprendía cuidadosamente las líneas. Y bien por ti, Francis -pensó-, porque sus amigas aquella tarde olvidaron por completo el guión de Bernarda Alba y no les quedó otro remedio que improvisar. “¡Lorca es único, es prodigioso, es especial! ¡Lorca es Lorca y con él no se juega!”, había terminado diciendo casi a gritos Dean mientras Angustias, Magdalena y Amelia corrían despavoridas a sentarse.
Se volvió a acomodar en el asiento y recordó también la noche penosa en que sufrió el ataque epiléptico en el teatro, justo antes de comenzar Casa con dos puertas mala es de guardar. El desplome, los espasmos, la rigidez y el susto infinito de todo el mundo porque a nadie le había hablado de su condición. Suspiró de nuevo, nervioso, y buscó en el bolsillo del asiento delantero alguna revista  para ojear.  Nada. Solo  las  dichosas instrucciones de cómo ponerse el salvavidas en caso de una emergencia. ¡Guárdanos, Señor! Cerró los ojos. Espero que Luisito esté en el aeropuerto esperándome cuando llegue a Orlando. (Luis Rivera Pérez, su primo hermano, un soltero enamoradizo de treinta años que lo había invitado a venir a Orlando de visita.) Ven a verme cuando quieras, mano. Y si algún día te cansas del trabajito ese de la panadería, pues igual te puedes mudar acá conmigo. Yo te puedo ayudar a conseguir algo acá, en los parques. Mira que medio país se ha venido ya… ¿Cuál es la capital de Puerto Rico? Ja, ja. San Juan no es… Te va a gustar, ya verás… Y además estoy necesitando un roommate, sí… Pero alguien responsable. No como la rata esa que vivía conmigo. ¿Quién? Un tipo ahí de Caguas… Mano, era de lo peor. Nunca pagaba a tiempo: un excusero malo… Entonces repasó las líneas que ya había memorizado para decirle a su primo: Creo que me voy a quedar acá, Luisito. ¿Todavía está la oferta en pie? Te puedo ayudar con la renta y los gastos de la casa. Las cosas allá están muy malas... Además, me hace falta cambiar de ambiente… Su mamá no había estado muy de acuerdo con la idea, pero con un bachillerato en teatro no había mucho que hacer.
Miró de nuevo hacia afuera. Oscuridad. Don Perlimplín, marido ruin, como le mates… te mato a ti. Cerró los ojos e intentó quedarse dormido.

2

-¿Yo, disfrazado del Pato Donald? Ay, no sé, Luis. No me convence esto. Yo había pensado en un trabajo mejor. No estudié para esto. Tengo un bachillerato...
-En teatro. Además, es solo por un tiempo. Mano, por algo tienes que empezar. Y no es tan malo... No vas a tener que trabajar tres o cuatro horas para que te den un descanso, como a todos los demás aquí. A mí me pagan por saludar todo el día. Me paran en alguna parte de Epcot y saludo, saludo, saludo. Todo el día sonriendo con cara de idiota. Y haciéndome el simpático y buscándole conversación a la gentuza esa que viene aquí. Y mintiendo todo el tiempo en mi inglés Mickey Mouse. Sí, porque después de preguntarles de dónde son, les hablo de lo mucho que disfruté visitando su país. Yo, que al único sitio al que he viajado es aquí, a Orlando. Pero ustedes no. Los personajes salen a saludar, posan y firman libros durante media hora y luego recesan y descansan. Y después los trasladan también a los hoteles, donde descansan de nuevo, se visten y salen otro ratito. Okey, el disfraz pesa un poco y a veces es caluroso, pero por lo menos no apesta ni nada. Y, ¿quién sabe? Quizás después te den el papel del Príncipe de Blancanieves…
-Con este colorcito y este pelo rizo y este culo caribeño, no creo. 


3

Es verano. Y los turistas de todas las naciones y pueblos, colores y estamentos sociales se agolpan en las entradas de los parques temáticos de Disney. Porque son los parques que despiertan los sueños y traen alegría, avivan la magia y felicidad de grandes y chicos (a unos precios muy módicos). Sus testimonios hablan por sí mismos: La alegría de ver a mi hijo sonriendo en el “Magic Kingdom” vale más que mil palabras y valió también el sacrificio y los prestamitos que hemos hecho para volver una y otra vez... Jamás imaginé que podría pasar mi cumpleaños en Disney, un sitio verdaderamente fascinante... Todas las mejores emociones reunidas en una sola… ¿Nuestros hijos? Felices con el ratón Mickey en el lugar más feliz del mundo. Quieren mudarse a Orlando…

¿El lugar más feliz del mundo? Mierda. Yo estudié para ser actor. Para hacer teatro. (Y quizás algo de televisión, ¿por qué no?) Pero definitivamente no para esto. Y todos mis profesores que me decían que tenía talento… Y mírame aquí, tan pendejo, como si me hubieran lavado el cerebro, haciendo más rico al Tío McPatoY si por lo menos fuera Pinocho o Mickey, pero Donald… ¡Me cago en el ratón, en el pato y en toda su raza! Además, todos esos que se sacan una foto no me quieren a mí, quieren al maldito pato… ¿Y por qué carajo sonrío tanto cuando los niños vienen a tomarse fotos? Nadie me ve la cara…
Esa breve mañana “feliz” del caluroso verano de Orlando, Francisco Javier, abrumado por tanto niño a su alrededor y tanta sonrisa enmascarada y tanto calor, comenzó a escuchar que sonaban flautas. Metido en su personaje -literalmente- y muy mareado, recordó de pronto los duendes de la obra de Perlimplín. Duendes que deben ser niños, había apuntado Lorca. Duendes que salían de aquí y de allá y corrían por todas partes y le sonreían  al  Pato Donald, que era él, Francisco Javier Pérez, orgulloso representante del barrio Salto Arriba de Utuado, Puerto Rico. Duendes que lo tomaban de la mano y le decían, burlones: ¿Cómo te va por lo oscurillo? Y sin que él tuviera tiempo de responderles, le gritaban a coro: ¡Ni bien ni mal, compadrillo! Entonces el desplome, los espasmos, la rigidez y el susto infinito de todo el mundo porque a nadie le gustó que el mismísimo Pato Donald en persona perdiera la compostura y se revolcara tristemente por el suelo. Mommie, mommie, what’s wrong with Donald Duck?, gritaba un niño de seis años que comenzó a llorar frenéticamente mientras la gente se arremolinaba espantada. Mommie, he’s dying, he’s dying…!

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