Mírame a los ojos Felipe y dime,
¿qué diablos está pasando?
Juan Carlos Rueda
José L. Sierra
1
Nos conocimos por Internet. Estuvimos chateando un
tiempo y luego nos vimos en persona. Desde el primer momento me gustó mucho el
tipo. Tenía un cuerpazo espectacular… Era muy guapo. Fuimos a comer y hablamos
mucho rato ese día. Me pareció una persona muy interesante. Entonces comenzamos
a salir y a conocernos. Y en la cama había mucha química…
Felipe, nombre que no es el verdadero pero que usaré de
aquí en adelante para protegerlo, no sólo tenía un cuerpazo espectacular. Era
también muy inteligente y conversador. Nunca antes había salido con alguien tan
atractivo e interesante. Además, era muy trabajador. Él me había dicho que
laboraba en un hotel, mayormente en las noches. Yo nunca le pedí un número ni
lo visité en su trabajo. No tenía razones para desconfiar. Todo parecía andar
bien hasta que me di cuenta de que Felipe recibía llamadas extrañas
continuamente.
Un día,
recién cumplidos los nueve meses de pareja, el celular de Felipe se quedó sin
batería y me pidió prestado el mío para hacer una llamada rápida. El número se
quedó registrado. Cuando llegué a mi casa, desconfiada, le envié un mensaje de
texto al número al que había llamado mi adorado tormento: Hola. Es Felipe. Inmediatamente me
contestaron: Hey. Te estoy esperando. A
las seis, ¿verdad? Yo le dije entonces: Disculpa
pero no podré llegar. Será otro día. Me respondieron: ¿Cómo
que no puedes venir? ¡Te estoy esperando, papi!
Estaba furiosa. Como agua
pa chocolate. Estos hombres cabrones. Siempre con sus nebuleos y sus engaños. Mientras pensaba estas cosas, mi celular comenzó a sonar.
La llamada provenía del numerito. No contesté.
Luego llegó otro mensaje: ¡Yo he
probado con otros, pero tú eres el mejor!
Me
quise morir.
2
-No trabajo en un hotel. La verdad es que ofrezco
servicios sexuales -me dijo nervioso, después de confrontarlo largamente-. En ningún fast
food haría tanto dinero como en esto.
-¿Tus clientes son hombres o mujeres? -fue lo único que se me ocurrió preguntar.
-Hombres.
Mi novio es puto, pensé. Y, además, se acuesta con
hombres… De nuevo, me quise morir.
Sus ojos estaban vidriosos, como a punto de llorar. Los míos también.
-No soy homosexual, a mí me gustan las
mujeres. Siempre me han gustado -me aseguró
aquella tarde-. Y he tenido mis novias. Pero ninguna de
ellas ha sabido nunca lo que yo hago de noche. Ninguna ha sabido lo que está
pasando. Excepto tú. Aunque eso de acostarse con hombres… Las primeras veces estaba alcoholizado o fumaba marihuana.
Después uno se acostumbra...
-Pero, Felipe, es un trabajo riesgoso,
especialmente en cuestión de salud -le dije.
-Yo siempre me protejo. Mira, la mayoría de
los clientes lo que quieren es sexo oral o penetración. A mí realmente no me
gusta que me penetren, pero he tenido que hacerlo. Si me ofrecen más de 200,
pues se negocia. Pero siempre usamos condones.
No se dijo más nada en aquella mesa. Yo estaba decepcionada,
sorprendida. Furiosa. No había sido sincero conmigo. Y con lo mucho que yo odio
el engaño…
Entonces cada quien se fue para su casa.
3
No nos dejamos. No. En realidad, lo perdoné. (Mucha química en la cama...) Después de eso decidimos mudarnos juntos.
La situación económica estaba difícil. Por eso, al tiempo, yo también acepté el negocio. Y ahora colaboro con él.
Le tomo las fotos, le coordino las citas y le pongo sus anuncios en Internet. A
veces hemos hecho nuestros tríos con clientes bi. Y la de gente famosa que
hemos atendido: políticos, empresarios, artistas… Hasta un actor de Hollywood
que vino acá a filmar una película…
Felipe volvió a la universidad. Yo lo motivé para que siguiera
estudiando.
Necesitamos el dinero. Y en este país hay
que sobrevivir. Hay que pagar la casa, las cuentas, los estudios, la vida.
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