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miércoles, 6 de junio de 2018

Cuento: ¡Gracias a Dios que existen los moles!


¡Gracias a Dios que existen los moles!

José Luis Sierra

Las luces de Navidad vuelven a aparecer. Poco a poco van encendiéndose por aquí y por allá. Sobre todo, luego de la noche de acción de gracias. Qué bueno que pudimos dar gracias en el espíritu de esos hombres sacrificados que vinieron a rescatar tierras llenas de indios ignorantes… Aunque eso fue lejos de Puerto Rico, pero vale la pena dar gracias. Me gusta esa celebración: manteles finos, el pavo en la mesa, ¡tanta abundancia! Debo recordar darle las cosas que sobraron en mi casa al vecino. Él es voluntario de una iglesia o un programa ahí que les lleva comida a los vagabundos. Pobre gente… Bueno, en lo profundo no me dan tanta pena, solo que no me gusta verlos. Mi peor pesadilla sería tocarlos o que me tocaran. Qué horror
Hoy  voy  de  tiendas.  (¡Por  fin, un día libre!) Debo conseguir algunas cosas que necesito antes de que se agoten. Me pongo la ropa de mol. Le llamo ropa de mol porque es una ropa que debe tener cierta actitud. Como en los anuncios de televisión. Es un outfit que parece casual, pero que es de marca, por supuesto;  un outfit que debe tener cierto aire fashion, pero a la vez debe parecer uno al que no se le ha dedicado demasiada atención.
¡Gracias a Dios que existen los moles, no seríamos nada sin ellos! Bueno, algunos moles, porque la verdad es que -como dice mi amiga Jackeline- hay una gran diferencia entre Plaza las Américas y Plaza Carolina. Una diferencia fundamental. ¡LA GENTE! Qué bárbaros. Mira que en Cacolina hay cacos... Ella dice que en Carolina las mujeres andan en rolos por todo el mol, como si nadie las viera, o con chancletas metedeo. Mi amiga sabe de esas cosas, ella es trabajadora social y para eso estudió.
Por  supuesto  que  no  iré  a  Plaza Carolina. No estoy en el mood de ver rolos ni dubidubis. Me monto en mi guagua, con cierto aire y con mucha gracia. Es como si fuera con algo de prisa, pero con todos los movimientos calculados: hombros arriba, gracioso contoneo de caderas y, finalmente, subo los pies. Cierro la puerta y sonrío (como si alguien me estuviera viendo). Quizás parezca gigantesca la guagua para mi delicado cuerpo, pero, bueno, es cuestión de hacer el contraste: una mujer siempre debe verse delicada. Prendo el aire porque hace calor. Y también porque es importante que el aire me mueva  el  pelo. Hay que mostrarle  a  todo  el mundo que el pelo de una es lacio y se mueve con facilidad.
Me encanta admirar los billboards en la carretera. Esa gente tan bella... Esos modelos son todo blanquedad y flacura. Esos pelos tan lacios… Ojalá me viera como ellos cuando me miro en el espejo. ¡Qué chavienda! Aquí en el mol nunca hay parkin. Y esas filas tan  largas en esta época... Sin duda, un problema que el gobierno o alguien debería resolver. Mucha de esa gente viene a gastar el dinero que reciben del PAN. Aprovechados. ¿Y esos viejos imprudentes en las filas? Debería haber una fila especial para ellos, como en el banco.
De regreso a mi casa, me recreo mirando los adornos navideños que los vecinos de mi calle han puesto en sus patios. Parece que están de moda esos muñecos inflables. Están por todas partes. Se ven tan bonitos... Para ver mejor necesito quitarme las gafas de sol.  Este  país  es  tan  caliente, uf, hasta en navidad hace calor. Mira qué lindo ese: un venadito. Está dentro de una bola y cae nieve. Muy cute. De veras que los que hacen esos adornos se las traen, porque mira que se ven lindos. Muy dentro de mí los prefiero a otros que venden por ahí. ¿Cómo se les ocurre que voy  a poner un establo con vacas y bueyes en mi sala?
Mi jefe… Lo acabo de recordar. De él no me puedo quejar. Siempre me saluda y me llama aparte para ver cómo van las ventas. La gente dice que se la pasa jugando golf y que el viento fuerte que se escucha cuando llama es porque siempre está jugando. Bueno, para eso es el dueño, él se lo ha ganado. Mi jefe es muy elegante y tiene un mega carro. Solo superado por el Bentley del legislador ese, cómo se llama, bueno uno ahí. Y las prendas que usa... ¡uy! Un día alcancé a ver un cuadre total de ventas. ¡Era astronómico! Siempre he imaginado su casa: un amplio recibidor, muchos cuadros bonitos, una decoración minimalista, el piso de mármol blanco… Además él se ocupa de nosotros. Un día uno de los muchachos se cayó y lo enviaron al Fondo. El jefe siempre nos da un bono de Navidad en cupones de 20 por ciento de descuento para ser redimido en compras en la misma compañía y lo acompaña además con una tarjetita de Navidad de un Santa Clós bien bonita. Aquí se venden cosas que en otros países no tienen. La verdad es que les debemos a los americanos que nos hayan traído el pavo, la Navidad, los inodoros… Entre otras muchas cosas... 
En  ocasiones  algunos  compañeros han dicho que deberíamos quejarnos del jefe porque no nos paga horas extra y nos explota. Pero en el fondo hay que admitir que es una persona buena. Del dinero que se recoge entre los empleados, él siempre les compra regalos a los niños pobres. No es mucho realmente, pero algo es algo. Eso es loable y, de paso, le hace promoción a la empresa. Él mismo les escribe una tarjeta donde les desea lo mejor. Es un tipo bien carismático, siempre anda trajeado. Y su esposa sí que es elegantísima. Y muy fina. Tiene un pelo rubio natural fabuloso. Un día vino y vi su cartera Guchi, y por supuesto que no era de imitación. Yo me atreví a hacerle un comentario sobre la cartera. Y me dijo que la había comprado en Roma. Ay, algún día espero  tener  esa vida… Imagínate: Roma… Eso es allá por Australia o algo así, bueno, no sé, pero es lejos. Cuando ella viene, yo la trato con mucho respeto y busco a alguien que le cargue los paquetes. Alguno de los empleados parceleros esos, de los que no tienen mucha educación y que contratan no sé para qué. Siempre que puedo les recuerdo que deben agradecer el trabajo que tienen. Por lo menos se les da una oportunidad. Porque, de otra manera, continuarían en los barrios horribles esos de donde vienen y nunca saldrían de ahí.
Bueno, ya debo acostarme. Mañana me espera un día fatal. Probablemente estaré en la maldita caja registradora esa por más de 10 horas. Como es Navidad, la gente anda como loca, comprando a última hora. Maldito trabajo. Ojalá encuentre otro pronto.

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