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miércoles, 6 de junio de 2018

Cuento: Banquete total


Banquete total

Juan Carlos Rueda
para Benny Frankie Cerezo

          Comencé mi meteórica carrera política pasquinando por calles y barrios en mi humilde pueblito, ayudando a colgar cruzacalles, a cargar bocinas de sonido en las tarimas y mítines políticos, escribiéndole los discursos al alcalde y acompañándolo en sus actividades, caravanas y visitas a campos y urbanizaciones. Como líder juvenil del Partido fui muy popular. (Bueno, popular entre la gente, quiero decir…) Era solo un chamaquito. Tan ingenuo… Y hasta algo noble. Qué tiempos aquellos que ya no volverán…
Entonces, como el pueblo (la base del Partido) me quería -era simpático además y bien parecido y con rostro angelical y fotogénico y esto último no viene nada mal, de hecho, es cada vez más importante en estos quehaceres-, me empezaron a sugerir que me tirara, que corriera para alcalde. (Las viejitas me adoraban.) Si les digo que no lo consideré, estoy mintiendo. Pero a mí no me interesaba la poltrona municipal de mi pueblito. Yo quería más. Yo quería llegar a San Juan.

Extraño el mar... Me gustaba sentarme ratos largos, solo, en la playa, a pensar y a sacudirme el alma de tanto guindalejo inútil que cargamos a veces. (Aquí no hay mar.) Extraño también la política, no lo voy a negar. Los mítines, los almuerzos, los automóviles de lujo, que te llamen honorable y que todo el mundo genuflexione a tu paso… Las llamadas  a  la radio,  las  entrevistas  de televisión, las conferencias de prensa, ver tu nombre y tu foto en los periódicos continuamente, el estar en boca de todos, las discusiones no serias sobre el estatus político de este bendito país… Ay, el estatus, el estatus… Ese trapo colorao que legitima todo esto y con el que se atrae a las masas irracionales cada cuatro años, como el torero atrae al toro; a esa gente del corazón del rollo que vota por nosotros no importa qué. Gente leal al Partido porque sus padres también lo eran. Sí. Así es. Y acá entre nos, eso del estatus no debe resolverse nunca. Uy. Sería el fin de los partidos y los carreristas políticos que administramos y repartimos el bacalao. No. No es lo mismo llamar al diablo que verlo venir. Mejor sigamos con la pachanga y repartiendo contratos y dinero a los amigos y regalando neveras a los pobres  y  divididos  en  tribus y
no hablemos ni resolvamos los grandes problemas reales que tenemos. Sí. Sigamos con tanta farsa y tanta mentira burda y tanta fábula de circo y tanto pronto seremos grandes y felices, seremos otros, señoras y señores, pueblo de Puerto Rico, nunca más ciudadanos de segunda sino iguales a los americanitos rubios, coloraos y bautistas que son sin duda nuestros socios y amigos, los conciudadanos  del Norte, de la Gran Corporación Americana... Ay, este oscuro pueblo sonriente… Un montón de negros pobres, vulgares y bocones que ni siquiera hablan inglés y quieren ser Estado. Y los americanos esperándonos con los brazos abiertos. Sí, Pepe...
         Perdonen el discurso. ¿En qué nos quedamos? Ah, sí. Pues les decía que quería llegar a San Juan. Esa era mi meta. Y ser un político reconocido. Así que me vine a estudiar a Río Piedras. A principios de los ochenta. Aquellos fueron años difíciles, sí. Años de  Fuerzas de Choque contra los izquierdistas (esos anormales que desestabilizaban la Universidad y el país), armas largas y macanas, Cerros Maravillas, motines, caos, tiros, bombas y piedras. Realmente para mí la experiencia universitaria allí, en la Universidad, fue sumamente difícil y desagradable. Porque,  además  de  todo aquello,  yo atravesaba
en ese momento por el difícil proceso de adaptación a la vida universitaria. Yo, que venía de una pequeña escuela privada con clases en inglés, llegué en carro público una mañana a ese extraño mundo de la UPR, donde todo era español y se hablaba sin parar de socialismos, sexismos y todos los ismos. En realidad mi anhelo era estudiar en una universidad de Estados Unidos, pero mis padres nunca quisieron que me fuera y me tuve que conformar con estudiar en la UPR. Con el pasar del tiempo aprendí a amar la vida universitaria, pero reconozco que la experiencia de la huelga esa en mi primer año me traumatizó. Fue también la época de las elecciones más reñidas de la historia de Puerto Rico, como les llamó nuestro gran líder. Sí. El que se impuso por solo 3,037 votitos en 1980. Eso a pesar de los rumores del fraude de Valencia, la extraña caída del sistema de energía eléctrica, el vaciado de listas, el voto por primera vez de confinados y pacientes mentales y la votación por separado de los policías (que fueron obligados a hacerlo abiertamente y frente a sus superiores), etc., etc. Nada. Pajitas que le caen a la leche.
Entonces, después de graduarme con dificultad de la universidad (no de la UPR sino de la Universidad Mundial,Q.E.P.D.), me
convertí en Ayudante del Presidente de la Cámara de Representantes. Esto gracias a mi trayectoria y servicio fiel al Partido. Y a los muchos traseros que besé. (Y ahora que me acuerdo, me asaltan de pronto las náuseas.) Pero aquellos años en la legislatura fueron de mucho aprendizaje. Sí. Fulgurantes medidas legislativas... Grandiosas leyes y resoluciones que cambiaron para siempre la historia de este sufrido país...
Fue cuando, muy resuelto y animado por mis compañeros y las varias noviecitas que tuve, me decidí a correr como legislador. Entonces, para sorpresa de muchos ¾especialmente la mía¾, resulté electo por primera vez a la tierna edad de 25 años. Luego fui electo una y otra y otra vez en todas las elecciones, convirtiendo el chijíchijá político en una lucrativa carrera. Porque así es esto: matricúlate en un partido político y conéctate con la gente correcta y ganarás miles y miles, cientos de miles. La danza de los millones. El banquete total. Y por supuesto que en el mundo real, el de verdad, el de allá afuera, jamás hubiese ganado una cantidad semejante de dinero. ¿Yo? ¿Con mi bachillerato raspa cum laude en Sistemas de Justicia? In my wildest dreams.
        Líder de la mayoría, portavoz de mi Partido en el Senado (también fui senador), presidente de importantes comisiones, etc., etc. ¿Qué no fui? Y todavía seguiría allí si no hubiese sido por esos puercos federales y sus 21 cargos de fraude, conspiración, soborno y lavado de dinero; acusándome vilmente de haber articulado un esquema de extorsión y corrupción pública durante años, de tener empresarios que le aportaban a mis bolsillos grandes sumas de dinero y pagaban mi vida de pequeños lujos y excentricidades sin importancia a cambio de favores políticos…  Así me arruinaron.  Mancharon para siempre mi reputación, afirmando que yo aceptaba regalos, dinero en efectivo, viajes en aviones privados, cenas en restaurantes de lujo y que  amenazaba descaradamente a esas personas diciéndoles que ejercería mis influencias como legislador para perjudicarlos o beneficiarlos...
Pero ya verán. Yo voy a escribir un libro en el que contaré todo como realmente pasó. Y que pondrá a mucha gente a temblar… Sí. Porque mis valores cuentan. Y la corrupción tiene nombre y apellido. Y es larga la fila de colegas con tajureos y asociaciones con gente del bajo mundo, robos, prebendas, sobornos, extorsiones, fraudes, nepotismos, uso de drogas y sustancias controladas,  irregularidades
en sus planillas contributivas, amantes y escandalillos sexuales, malversaciones de fondos públicos, tomas ilegales de agua y luz, etc., etc., etc.
Ya tengo el título del libro.
Se llamará: Los honorables. O algo así.
Para mí ya todo está perdido.
Solo me queda recordar tiempos mejores y escribir…
Esto de la cárcel me repugna.


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