Banquete total
Juan Carlos Rueda
para Benny Frankie Cerezo
Comencé mi meteórica carrera política pasquinando por calles y barrios en mi humilde pueblito, ayudando a colgar cruzacalles, a cargar bocinas de sonido en las tarimas y mítines políticos, escribiéndole los discursos al alcalde y acompañándolo en sus actividades, caravanas y visitas a campos y urbanizaciones. Como líder juvenil del Partido fui muy popular. (Bueno, popular entre la gente, quiero decir…) Era solo un chamaquito. Tan ingenuo… Y hasta algo noble. Qué tiempos aquellos que ya no volverán…
Entonces, como el pueblo (la base del Partido) me
quería -era simpático además y bien parecido y con rostro angelical y fotogénico
y esto último no viene nada mal, de hecho, es cada vez más importante en estos
quehaceres-, me empezaron a sugerir que me tirara, que corriera para alcalde. (Las
viejitas me adoraban.) Si les digo que no lo consideré, estoy mintiendo. Pero a
mí no me interesaba la poltrona municipal de mi pueblito. Yo quería más. Yo
quería llegar a San Juan.
Extraño el mar... Me gustaba sentarme ratos largos,
solo, en la playa, a pensar y a sacudirme el alma de tanto guindalejo inútil
que cargamos a veces. (Aquí no hay mar.) Extraño también la política, no lo voy
a negar. Los mítines, los almuerzos, los automóviles de lujo, que te llamen honorable y que todo el mundo
genuflexione a tu paso… Las llamadas
a la radio, las
entrevistas de televisión, las conferencias
de prensa, ver tu nombre y tu foto en los periódicos continuamente, el estar en
boca de todos, las discusiones no serias sobre el estatus político de este
bendito país… Ay, el estatus, el estatus… Ese trapo colorao que legitima todo
esto y con el que se atrae a las masas irracionales cada cuatro años, como el
torero atrae al toro; a esa gente del corazón del rollo que vota por nosotros
no importa qué. Gente leal al Partido porque sus padres también lo eran. Sí.
Así es. Y acá entre nos, eso del estatus no debe resolverse nunca. Uy. Sería el
fin de los partidos y los carreristas políticos que administramos y repartimos
el bacalao. No. No es lo mismo llamar al diablo que verlo venir. Mejor sigamos
con la pachanga y repartiendo contratos y dinero a los amigos y regalando
neveras a los pobres y divididos en tribus
y
no hablemos ni resolvamos los grandes problemas reales que tenemos. Sí.
Sigamos con tanta farsa y tanta mentira burda y tanta fábula de circo y tanto pronto seremos grandes y felices, seremos
otros, señoras y señores, pueblo de Puerto Rico, nunca más ciudadanos de segunda
sino iguales a los americanitos rubios, coloraos y bautistas que son sin duda
nuestros socios y amigos, los conciudadanos del Norte, de la Gran Corporación Americana...
Ay, este oscuro pueblo sonriente… Un montón de negros pobres, vulgares y
bocones que ni siquiera hablan inglés y quieren ser Estado. Y los americanos
esperándonos con los brazos abiertos. Sí, Pepe...
Perdonen el discurso. ¿En
qué nos quedamos? Ah, sí. Pues les decía que quería llegar a San Juan. Esa era
mi meta. Y ser un político reconocido. Así que me vine a estudiar a Río Piedras.
A principios de los ochenta. Aquellos fueron años difíciles, sí. Años de Fuerzas de Choque contra los izquierdistas
(esos anormales que desestabilizaban la Universidad
y el país), armas largas y
macanas, Cerros Maravillas, motines, caos, tiros, bombas y piedras. Realmente para mí la experiencia
universitaria allí, en la Universidad, fue sumamente difícil y desagradable. Porque,
además de todo
aquello, yo atravesaba
en ese momento por el difícil proceso de adaptación
a la vida universitaria. Yo, que venía de una pequeña escuela privada con
clases en inglés, llegué en carro público una mañana a ese extraño mundo de la
UPR, donde todo era español y se hablaba sin parar de socialismos, sexismos y
todos los ismos. En realidad mi anhelo era estudiar en una universidad de
Estados Unidos, pero mis padres nunca quisieron que me fuera y me tuve que
conformar con estudiar en la UPR. Con el pasar del tiempo aprendí a amar la
vida universitaria, pero reconozco que la experiencia de la huelga esa en mi
primer año me traumatizó. Fue también la época de las elecciones más reñidas de la historia de Puerto
Rico, como les llamó nuestro
gran líder. Sí. El que se impuso por solo 3,037 votitos en 1980. Eso a pesar de
los rumores del fraude de Valencia, la extraña caída del sistema de energía
eléctrica, el vaciado de listas, el voto por primera vez de
confinados y pacientes mentales y la votación por separado de los policías (que
fueron obligados a hacerlo abiertamente y frente a sus superiores), etc., etc.
Nada. Pajitas que le caen a la leche.
Entonces, después de graduarme con dificultad de
la universidad (no de la UPR sino de la Universidad Mundial,Q.E.P.D.), me
convertí en Ayudante del Presidente de la Cámara de
Representantes. Esto gracias a mi trayectoria y servicio fiel al Partido. Y a
los muchos traseros que besé. (Y ahora que me acuerdo, me asaltan de pronto las
náuseas.) Pero aquellos años en la legislatura fueron de mucho aprendizaje. Sí.
Fulgurantes medidas legislativas... Grandiosas leyes y resoluciones que
cambiaron para siempre la historia de este sufrido país...
Fue cuando, muy resuelto y
animado por mis compañeros y las varias noviecitas que tuve, me decidí a correr
como legislador. Entonces, para sorpresa de muchos ¾especialmente la mía¾, resulté electo por primera vez a la tierna
edad de 25 años. Luego fui electo una y otra y otra vez en todas las elecciones,
convirtiendo el chijíchijá político
en una lucrativa carrera. Porque así es esto: matricúlate en un partido
político y conéctate con la gente correcta y ganarás miles y miles, cientos de
miles. La danza de los millones. El banquete total. Y por supuesto que en el
mundo real, el de verdad, el de allá afuera, jamás hubiese ganado una cantidad
semejante de dinero. ¿Yo? ¿Con mi bachillerato raspa cum laude en Sistemas de Justicia? In my wildest dreams.
Líder de la mayoría, portavoz
de mi Partido en el Senado (también fui senador), presidente de importantes
comisiones, etc., etc. ¿Qué no fui? Y todavía seguiría allí si no hubiese sido
por esos puercos federales
y sus 21 cargos de fraude, conspiración, soborno y lavado de
dinero; acusándome vilmente de
haber articulado un esquema de extorsión y corrupción
pública durante años, de tener empresarios que le aportaban a mis bolsillos grandes sumas de
dinero y pagaban mi vida de pequeños lujos y excentricidades sin importancia a
cambio de favores políticos… Así me
arruinaron. Mancharon para siempre mi
reputación, afirmando que yo aceptaba regalos, dinero en efectivo, viajes
en aviones privados, cenas en restaurantes de lujo y que amenazaba descaradamente a esas personas diciéndoles
que ejercería mis influencias como legislador para perjudicarlos o beneficiarlos...
Pero ya verán. Yo voy a
escribir un libro en el que contaré todo como realmente pasó. Y que pondrá a mucha gente a
temblar… Sí. Porque mis valores cuentan. Y la corrupción tiene nombre y apellido. Y es larga la fila de colegas con
tajureos y asociaciones con gente del bajo mundo, robos, prebendas, sobornos,
extorsiones, fraudes, nepotismos, uso de drogas y sustancias controladas, irregularidades
en sus planillas contributivas,
amantes y escandalillos sexuales, malversaciones de fondos públicos, tomas
ilegales de agua y luz, etc., etc., etc.
Ya tengo el título del
libro.
Se llamará: Los honorables. O algo así.
Para mí ya todo está perdido.
Solo me queda recordar tiempos mejores y escribir…
Esto de la cárcel me repugna.
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